EL
AMOR
En
una de mis vacaciones de verano en Melilla, en el año 1964, me
enamoré de la que se convertiría en la mujer de mi vida, Ana María,
con la que sigo casado 51 años después.
Por
aquel entonces, yo ya tenía mi cochecito, un precioso Renault
Dauphine blanco, con el que hacía el trayecto de Ginebra a Málaga,
donde nos embarcábamos mi coche y yo hasta Melilla. El viaje era
una auténtica paliza y más aún con las carreteras de la época.
Menos mal que siempre iba acompañado por otros amigos españoles,
que también volvían por vacaciones a la madre patria, y nos
turnábamos en la conducción.
Volviendo
al amor, tengo que contar que la madre de mi mujer, Josefa Cañamero,
era prima hermana de mi padre Diego Cañamero, oriundos ambos de
Campillos, Málaga. No era raro pues, que yo conociera a mi
prima Ana María antes de enamorarme de ella. Lo que ocurría es que
al tener yo casi ocho años más que ella, para mí era una niña,
¡mi primita!
Y es que cuando yo ya era novio de la
pecosita, ¡mi prima se peinaba con
trencitas!
Pero
aquel verano todo cambió: Ana María tenía 20 años y era un
auténtico bombón. Y sucedió que un día mi madre me dijo:
``¡Anda y vamos a visitar a la prima Josefa, que está malita y de
paso le das un paseíto a su hija, que es un encanto y la pobre está
todo el día trabajando porque su madre está siempre pachucha…!´´
¡Quién me iba a decir a mí que una visita de cortesía daría lugar a un auténtico flechazo! Tanto me gustó mi primita que no me conformé con darle el tradicional besito en la cara, sino que le zampé uno en todo el cuello y es que siempre ha sido mi debilidad esa parte de la anatomía femenina. Cierto es que fui muy atrevido, pero a ella eso pareció gustarle, pues desde ese día empezamos a salir juntos casi a diario: íbamos de paseo, a la playa…
¡Quién me iba a decir a mí que una visita de cortesía daría lugar a un auténtico flechazo! Tanto me gustó mi primita que no me conformé con darle el tradicional besito en la cara, sino que le zampé uno en todo el cuello y es que siempre ha sido mi debilidad esa parte de la anatomía femenina. Cierto es que fui muy atrevido, pero a ella eso pareció gustarle, pues desde ese día empezamos a salir juntos casi a diario: íbamos de paseo, a la playa…
Y
sucedió que un día, cuando yo estaba terminando mis vacaciones, me
llevé a mi novia a Frajana, un municipio marroquí fronterizo con
Melilla. Allí fue donde, durante el paseo, le dejé claro a mi novia
mis sentimientos, o sea le confesé que estaba loco por sus huesos.
Después
llegó la hora del té, que en Marruecos se toma con menta y muy
azucarado, y que tomamos sentados en una terracita. Cuando llegó el
momento de irnos y de pagar, el camarero me dijo que no tenía cambio
y que iba a ver si tenían en el puesto de melones que había
enfrente del bar. ¡Cual fue nuestra sorpresa al observar desde la
distancia que el vendedor de melones y el camarero se enfrascaban en
una tremenda riña de la que este último salió herido! Cuando vino
a devolvernos nuestro dinero, de su mano goteaba la sangre y,
lógicamente, Ana María palideció de miedo.
Fue
entonces cuando, aprovechando la intensidad del momento, le dije, muy
serio pero con todo el cachondeo del mundo, lo siguiente: ``el año
que viene, en mis próximas vacaciones de verano, vengo a casarme
contigo. Y si me dices que no, cojo mi coche ahora mismo, me voy para
Melilla y tú te quedas aquí y te las apañas como puedas´´. ¡Mira
que puedo ser bruto!, pero de nuevo Ana María me sorprendió por su
valentía, pues sin pensárselo dos veces, aceptó mi propuesta.
Así
que estuvimos un año de novios por correspondencia, algo muy
habitual en aquella época. Nos escribíamos como locos: un día sí
y el otro también; ¡estábamos tan enamorados!