martes, 22 de marzo de 2016

Capítulo V

EL AMOR
En una de mis vacaciones de verano en Melilla, en el año 1964, me enamoré de la que se convertiría en la mujer de mi vida, Ana María, con la que sigo casado 51 años después.
Por aquel entonces, yo ya tenía mi cochecito, un precioso Renault Dauphine blanco, con el que hacía el trayecto de Ginebra a Málaga, donde nos embarcábamos mi coche y yo hasta Melilla. El viaje era una auténtica paliza y más aún con las carreteras de la época. Menos mal que siempre iba acompañado por otros amigos españoles, que también volvían por vacaciones a la madre patria, y nos turnábamos en la conducción.


Volviendo al amor, tengo que contar que la madre de mi mujer, Josefa Cañamero, era prima hermana de mi padre Diego Cañamero, oriundos ambos de Campillos, Málaga. No era raro pues, que yo conociera a mi prima Ana María antes de enamorarme de ella. Lo que ocurría es que al tener yo casi ocho años más que ella, para mí era una niña, ¡mi primita! Y es que cuando yo ya era novio de la pecosita, ¡mi prima se peinaba con trencitas!
Pero aquel verano todo cambió: Ana María tenía 20 años y era un auténtico bombón. Y sucedió que un día mi madre me dijo: ``¡Anda y vamos a visitar a la prima Josefa, que está malita y de paso le das un paseíto a su hija, que es un encanto y la pobre está todo el día trabajando porque su madre está siempre pachucha…!´´
¡Quién me iba a decir a mí que una visita de cortesía daría lugar a un auténtico flechazo! Tanto me gustó mi primita que no me conformé con darle el tradicional besito en la cara, sino que le zampé uno en todo el cuello y es que siempre ha sido mi debilidad esa parte de la anatomía femenina. Cierto es que fui muy atrevido, pero a ella eso pareció gustarle, pues desde ese día empezamos a salir juntos casi a diario: íbamos de paseo, a la playa…


Y sucedió que un día, cuando yo estaba terminando mis vacaciones, me llevé a mi novia a Frajana, un municipio marroquí fronterizo con Melilla. Allí fue donde, durante el paseo, le dejé claro a mi novia mis sentimientos, o sea le confesé que estaba loco por sus huesos.
Después llegó la hora del té, que en Marruecos se toma con menta y muy azucarado, y que tomamos sentados en una terracita. Cuando llegó el momento de irnos y de pagar, el camarero me dijo que no tenía cambio y que iba a ver si tenían en el puesto de melones que había enfrente del bar. ¡Cual fue nuestra sorpresa al observar desde la distancia que el vendedor de melones y el camarero se enfrascaban en una tremenda riña de la que este último salió herido! Cuando vino a devolvernos nuestro dinero, de su mano goteaba la sangre y, lógicamente, Ana María palideció de miedo.
Fue entonces cuando, aprovechando la intensidad del momento, le dije, muy serio pero con todo el cachondeo del mundo, lo siguiente: ``el año que viene, en mis próximas vacaciones de verano, vengo a casarme contigo. Y si me dices que no, cojo mi coche ahora mismo, me voy para Melilla y tú te quedas aquí y te las apañas como puedas´´. ¡Mira que puedo ser bruto!, pero de nuevo Ana María me sorprendió por su valentía, pues sin pensárselo dos veces, aceptó mi propuesta.
Así que estuvimos un año de novios por correspondencia, algo muy habitual en aquella época. Nos escribíamos como locos: un día sí y el otro también; ¡estábamos tan enamorados!