miércoles, 22 de junio de 2016

Capítulo II

 VOLANDO VOY.....


Retomando la vida militar, allí  en Armilla, salió una convocatoria para ingresar en la Escuela de Pilotos, que era un tema que yo ni siquiera me había planteado porque lo veía como algo fuera de mi alcance, sobre todo por mis problemas con la vista (yo siempre he sido un miope discreto).
  Pero resultó que mi amigo José Braojos hizo todo lo posible por convencerme, más que nada porque nos pagaban el viaje a Madrid, que es dónde se hacían las pruebas, y así también, descansábamos durante unos días de la rutina de los talleres. Por todo esto lo hicimos, no porque pensáramos que teníamos alguna oportunidad de aprobar, aunque a ambos nos gustaba muchísimo la idea de convertirnos en pilotos.
  Total, que nos fuimos a hacer el examen, que consistía en varias pruebas. Como yo estaba tranquilísimo, pensando siempre que no iba a aprobar, todas me salieron de maravilla incluido el examen teórico en el que me pasaron una chuleta que no copié al pie de la letra, para que no se dieran cuenta del fraude. ¡Increíble!, ¡tanto Braojos como yo aprobamos!
  
  Pero aún faltaba lo peor: las pruebas físicas o de salud en las que era fundamental, lógicamente, tener una vista perfecta. Llegados a este punto, yo, con mi miopía sin corregir, daba por terminado este capítulo de mi vida. 
  En estas, me encuentro a un muchacho que conocía de Armilla, que había suspendido el examen para ser piloto, y que estaba en Madrid terminando su mili. Le comento mi problema justo antes de entrar a la prueba visual, mientras le pido que "me preste" sus ojos para la dichosa prueba. Como en la ficha que me habían preparado para presentarme no había foto, sólo mis datos, era posible el engaño. Y como entonces los amigos eran de verdad, él ni corto ni perezoso me dijo que si, que lo hacía, sin problema. 
   El éxito fue total, pues tenía la vista perfecta y yo, como estaba acostumbrado a mi pequeña miopía, no pensaba que pilotar fuera demasiado peligroso para mí. Pero ya he contado cómo era yo entonces: ¡un inconsciente! 




Mi profesor de aviación fue el capitán Palomares, que era el mejor profesor de la escuela, el más valiente y también, claro está, el más rígido. Era clavadito al actor mejicano Pedro Armendáriz, con su gran mostacho y muy oscuro de piel, tanto es así que le apodaban el gitano.   
Echaba unas broncas increíbles, pero yo ni me inmutaba, cosa que lo dejaba bastante perplejo.
  Cada profesor tenía sólo tres o cuatro alumnos y las clases duraban tres meses.

  La avioneta biplano de escuela elemental con la que nos iniciábamos era la preciosa Bücker BU-131-Jungmann. Tenía dos cabinas abiertas, por lo que tenías que ir bien protegido con gafas y cazadora.
  Primero volabas con doble mando en compañía del profesor, hasta que éste te daba la "suelta", o sea que podías volar solo. El que pilotaba iba en la parte de atrás y el profesor o acompañante en el asiento delantero. Casi ninguno de mis amigos, ni siquiera José Braojos, logró sacarse el título de piloto porque sus profesores, mucho más pusilánimes que el mío, no les dieron permiso para pilotar solos.
El biplano Bücker
Sin embargo, mi profesor, el capitán Palomares nos dio la "suelta" a los tres que fuimos sus alumnos, aunque uno no superó el examen. 
  La experiencia de volar en solitario es indescriptible por su intensidad. Si llegabas a conseguirlo, tus compañeros al bajar del avión te "bautizaban", tirándote a la piscina del cuartel con el traje de vuelo. Nunca me supo mejor un chapuzón.
  El viaje más largo que hice fue de Granada a Málaga, aunque en esta ocasión acompañado,  llegando a volar en solitario doce horas y dieciocho minutos
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 Una vez conseguido el título de piloto elemental marché para la escuela de Matacán en Salamanca, donde ampliamos nuestra instrucción y se supone que teníamos que llegar a pilotar El North American T-6 Texan,  uno de los famosos pájaros' históricos de la Segunda Guerra Mundial. 
Estudiamos toda la teoría que necesitábamos dominar para pilotar estos nuevos aviones: morse, radio control, meteorología... ¡Pero yo me cansé pronto de vender paraguas! y en las clases me entretenía escribiendo  cartas y poesías a mi novia la Pecosilla, despotricando de los jefes, haciendo dibujitos y envidiando la libertad de los pájaros....
El caza que no llegué a pilotar


  Después de tanta teórica aburrida, estábamos deseando volar y cuando por fin parecía que iba a llegar el día, se presenta una promoción de la Academia General del Aire que tenía prioridad sobre nosotros y tuvimos que esperar dos o tres días para que ellos terminaran su preparación antes de empezar nosotros la nuestra.
  De nuevo, cuando iba a llegar el gran día, se pospone el asunto ante la visita de viejas glorias del ejército que iban a realizar una serie de exhibiciones. 

  
Por una cosa o por otra, ya llevábamos un año sin volar y estábamos más que aburridos. Lo único bueno es que cobrábamos nuestra plaza en vuelo y podíamos irnos de juerga de vez en cuando, aunque la mayoría de mis compañeros de Salamanca eran ovejas negras de familias bien, deshechos de universidades que no tenían problemas económicos  pero que siempre me buscaban a la hora de la fiesta. También nos montábamos nuestras juergas de noche, en los baños, jugando al póker, fumando y bebiendo vino malo. 

  Así que cuando llegó la hora de las pruebas teóricas, el examen lo dejé en blanco, pues ya me quería ir, estaba más que harto. Además, yo tenía siempre en mi conciencia la trampa que había urdido con lo de mi vista y estaba claro que cuando me la revisaran de nuevo, esta vez no tendría tanta suerte. 
  Tras mi buscado suspenso, me hicieron la faena de mandarme a Zaragoza, donde tuve que esperar un mes para poder licenciarme. Con mi cartilla de licenciado, en el año de 1959 y mis veintitrés años, me fui directamente a Madrid. Me podía haber quedado a trabajar, muy poco o nada en los talleres, chupando del bote, como hicieron otros compañeros. Pero yo estaba de la vida militar, como cantaba Georges Brassens, hasta el mismo gorro.
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Cuando la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar...