Capítulo VI
LA BODA.
Como
conté en el capítulo anterior, fue en unas vacaciones de verano
cuando le propuse matrimonio a mi prima y justo un año después, nos
casamos sin hablar por teléfono o vernos una sóla vez. ¡Qué
extraño parece esto hoy en día!. Pero así fueron las cosas, ¡una
aventura!.
Así
que en julio del año 1965, en mis vacaciones de verano, mi Dauphine
blanco y yo desembarcamos de nuevo en Melilla, esta vez para el gran
acontecimiento; ¡qué nervios!.
Todavía
me acuerdo de aquel caluroso 31 de julio, esperando a la novia en la
puerta de la iglesia, sudando como un pollito encorbatado y no sólo
por el calor....Pero todas las incomodidades se desvanecieron cuando
apareció la novia: iba tan guapa vestida de blanco, ¡parecía una
paloma! El convite se celebró en casa de mis suegros, con la familia
y unos pocos amigos, nada que ver con las celebraciones actuales, al
igual que el viaje de novios, que no pudo ser más modesto.
Consistió
en regresar a Ginebra en mi coche, pero haciendo diversas paradas y
visitas durante el trayecto. Nuestro primer alto en el camino tuvo
lugar en Marbella, lugar de veraneo de mi familia de Madrid a la que
fuimos a saludar. De allí nos fuimos a la tórrida Sevilla de
turismo, y es que cuando eres joven y estás enamorado, poco importan
40 grados a la sombra... A continuación, nos fuimos a Madrid a la
casa de mi tía María donde estuvimos tres o cuatro días visitando
los lugares emblemáticos de la capital. Nuestra última parada en
España fue en Zaragoza desde donde partimos hacia Francia. Allí,
nos detuvimos unos días visitando a mis tios y primos de Lyon y
después ,nos encaminamos, por fin, a nuestro destino final, Ginebra.
Allí nos acogió un pisito muy pequeñito que nos proporcionó
Carrocerías Sport. Tan minúscula era nuestra vivienda, que tuve que
cambiar la cama de matrimonio que había comprado porque no entraba
por la puerta de la habitación. Pero sólo imp0rtaba el tamaño de
nuestro amor, si la casa no tenía lujos, nos daba igual.
En
Ginebra estuvimos juntos cuatro años de gran felicidad, disfrutando
del noviazgo que no pudimos tener, hasta que nació Diego, nuestro
primer hijo, dieciocho meses después de la boda. Nos hubiera gustado
esperar un poco más para ser padres, pero los métodos
anticonceptivos en aquella época apenas se conocían. Aún así
recibimos la llegada de nuestro primogénito con gran alegría e
ilusión.
Tres
años después del nacimiento de Diego, en 1969, tomamos la
importante decisión de volver a España. Principalmente porque mi
mujer echaba de menos a su padre y él la necesitaba mucho en esos
momentos, pero también porque no quería quedarme en un país donde
yo sería siempre un inmigrante, el extranjero.
Así
que nos fuimos a vivir a Campillos, Málaga, donde residían mis
suegros y donde, otra vez, tuve que empezar de cero, pues en el
pueblecito que era entonces Campillos no había ni coches que
arreglar. Pero esa ya es otra historia....
No hay comentarios:
Publicar un comentario