miércoles, 13 de enero de 2016

Capítulo VI

LA BODA.



Como conté en el capítulo anterior, fue en unas vacaciones de verano cuando le propuse matrimonio a mi prima y justo un año después, nos casamos sin hablar por teléfono o vernos una sóla vez. ¡Qué extraño parece esto hoy en día!. Pero así fueron las cosas, ¡una aventura!.

Así que en julio del año 1965, en mis vacaciones de verano, mi Dauphine blanco y yo desembarcamos de nuevo en Melilla, esta vez para el gran acontecimiento; ¡qué nervios!. 
Todavía me acuerdo de aquel caluroso 31 de julio, esperando a la novia en la puerta de la iglesia, sudando como un pollito encorbatado y no sólo por el calor....Pero todas las incomodidades se desvanecieron cuando apareció la novia: iba tan guapa vestida de blanco, ¡parecía una paloma! El convite se celebró en casa de mis suegros, con la familia y unos pocos amigos, nada que ver con las celebraciones actuales, al igual que el viaje de novios, que no pudo ser más modesto.




Consistió en regresar a Ginebra en mi coche, pero haciendo diversas paradas y visitas durante el trayecto. Nuestro primer alto en el camino tuvo lugar en Marbella, lugar de veraneo de mi familia de Madrid a la que fuimos a saludar. De allí nos fuimos a la tórrida Sevilla de turismo, y es que cuando eres joven y estás enamorado, poco importan 40 grados a la sombra... A continuación, nos fuimos a Madrid a la casa de mi tía María donde estuvimos tres o cuatro días visitando los lugares emblemáticos de la capital. Nuestra última parada en España fue en Zaragoza desde donde partimos hacia Francia. Allí, nos detuvimos unos días visitando a mis tios y primos de Lyon y después ,nos encaminamos, por fin, a nuestro destino final, Ginebra.
   Allí nos acogió un pisito muy pequeñito que nos proporcionó Carrocerías Sport. Tan minúscula era nuestra vivienda, que tuve que cambiar la cama de matrimonio que había comprado porque no entraba por la puerta de la habitación. Pero sólo imp0rtaba el tamaño de nuestro amor, si la casa no tenía lujos, nos daba igual.
En Ginebra estuvimos juntos cuatro años de gran felicidad, disfrutando del noviazgo que no pudimos tener, hasta que nació Diego, nuestro primer hijo, dieciocho meses después de la boda. Nos hubiera gustado esperar un poco más para ser padres, pero los métodos anticonceptivos en aquella época apenas se conocían. Aún así recibimos la llegada de nuestro primogénito con gran alegría e ilusión.
Tres años después del nacimiento de Diego, en 1969, tomamos la importante decisión de volver a España. Principalmente porque mi mujer echaba de menos a su padre y él la necesitaba mucho en esos momentos, pero también porque no quería quedarme en un país donde yo sería siempre un inmigrante, el extranjero.
Así que nos fuimos a vivir a Campillos, Málaga, donde residían mis suegros y donde, otra vez, tuve que empezar de cero, pues en el pueblecito que era entonces Campillos no había ni coches que arreglar. Pero esa ya es otra historia....

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